A la vuelta de los años la vida
toma perspectivas diferentes, de niños los días son lentos e interminables y nos ahogamos en un sin fin de actividades de esparcimiento ya sea en casa o con la palomilla del barrio, nos
preocupamos por el momento, no pensamos lo que vamos a hacer en la tarde, no
hay plan.
Al paso del tiempo comenzamos a adoptar frases como, “¡Vaya, ya es
diciembre!” O, “recién terminó la Navidad y mira, ya vamos en semana santa”, y cosas
por el estilo; maduros y crecidos se nos va en planear con anticipación los días e inclusive programamos ponernos pedos el fin de semana, o algún plan más ortodoxo, salir con los amigos, la familia, etc.
Ya de viejos amanecemos agradeciendo al
todopoderoso el día y lo que venga. En la siguiente mañana ni se piensa, solo que si se amanece, ya es ganancia. Ley de vida.
Hice esta rápida reflexión mientras estaba en un puesto de hamburguesas de barrio, puestos callejeros que
son muy socorridos y evitan la faena de cocinar en casa, amén de que son baratos comparados con franquicias transnacionales de hamburguesas y demás comida chatarra.
Me gusta sentarme en
la barra de estos lugares, me gusta la acción de observar y escuchar el ir y venir de
meseros, cocineros y cajeros, llamándose a gritos, pidiendo ordenes de manera apurada, la
gente se amontona y hay que servir rápido.
Me tomó la orden un hombre de unos sesenta
años o un poco más, me sorprendió su capacidad de retener órdenes, establecer
prioridades, mandar a los meseros que tal o cual iba para el coche gris de
enfrente y la otra para el blanco, este último quería su hamburguesa partida a
la mitad, pedía que le rellenaran las “catsuperas” (botellas para la cátsup) y
que pusieran la mesa para nuevos comensales, “ándale, pon la sal, los chiles”
–gritaba-.
Sentí admiración al ver que la frente goteaba de sudor y no se rajaba, en el momento y por la presión y carga de trabajo, confundió algunas órdenes pero salió avante.
Sentí admiración al ver que la frente goteaba de sudor y no se rajaba, en el momento y por la presión y carga de trabajo, confundió algunas órdenes pero salió avante.
Vi también que a cada
equivocación, el joven mesero de no más de 20 años de edad, o la cocinera, de algunos cincuenta años compartían miradas de complicidad o hacían gestos de desdén como diciendo, “otra vez se equivocó”, pensé para mis
adentros, ¿Que no se dan cuenta de que todos vamos para allá? Hacían gestos a
sus espaldas, ni siquiera lo hacen frente a él, cobardes... Pero el señor no perdía ritmo ni se inmutaba,
continuaba ordenando, cobrando, sirviendo y poniendo las papas en la freidora.
Date cuenta que todos
seremos viejos alguna vez, la memoria nos fallará, nos volveremos lentos,
nuestro físico no será optimo, aun y cuando nos hayamos ejercitado durante la
juventud.
Es una lástima, vivimos en una sociedad donde los viejos son desechables y pueden ser discriminados sin problema alguno y con el consentimiento de la sociedad que respeta más a un perro callejero que a una persona mayor.
"Cuidado con ese viejito, deja que pase", o "sácale la vuelta, va muy despacio", o alguna señora "fresa" en el supermercado haciendo cara de desaprobación y desesperación porque el señor "cerillito" le empacó el detergente con una mantequilla, por ello será severamente castigado y en lugar de darle cinco pesos, ahora le dará dos.
Deberíamos de aprender de ellos. Nos llevan años y años de
experiencia, lo que hoy es asombro para nosotros, para ellos es experiencia
vivida, ya lloraron, sonrieron, experimentaron, se cayeron y se levantaron, escucha a los viejos, ellos son blues de vida de carne
y hueso, respétalos.
Por cierto, esas hamburguesas están en la esquina de
Matamoros y Pedro Agüero en el centro de la ciudad, te las recomiendo, “Don
Hamburguesas” te recibirá con una sonrisa, tal y como lo hizo conmigo.
Semanas después, un viernes por la noche fui con
Don Hamburguesas de nueva cuenta, ésta vez no había lugar en la barra, ahí
donde ocurre la acción de satisfacer al comensal. Me senté en una mesa al lado
del carrito, y como me iba a perder la película de Don Hamburguesas y compañía, decidí comenzar a comer
prójimo en lo que me tomaban la orden y la servían.
Menudo lugar en el centro de la
ciudad, perdido en una calle poco transitada pero que a la hora de que el
negocio abre y cae el sol, renace en un ir y venir de carros buscando estacionarse.
Muchos comiendo en el coche, unos
pidiendo para llevar y otros, como yo, comiendo ahí, en la calle, disfrutando
de la brisa fresca de la noche y llenando la tripa.
Me gustó ver a un padre y su
hijo de alrededor de tres años, ver como jugaba con la carriola por la
banqueta, iba y venía hecho madre, llegaba a la esquina y de regreso mientras reía y gritaba. Se hartó de hacerlo y comenzó a buscar piedritas en el
suelo, observaba que su papá trataba de disuadirlo de tomar piedras meadas por
perros o gatos, su papá le contaba con los dedos, uno, dos, tres, cuatro, le daba
risa al chiquillo, y causaba ternura ver como gritaba, ¡cinco! Y volvía a las
piedritas.
Había una pareja de novios que convivían
al más puro estilo de las relaciones de nuestro tiempo, chateando cada quien en
su celular, bonito amor, pensé. Y como su amor era aburrido, fue solo la estampa y ya.
Había más gente que no vale la
pena mencionar pues su cara era un mutis de emociones, solo esperaban con cara
de, a ver a qué hora.
Don Hamburguesas estaba ahí. hablaba más arriba de su frente
perlada de sudor y del apuro por servir en tiempo y forma a los clientes.Mencioné también a la
señora que cocinaba molesta por las órdenes confundidas y los jovencitos que
intercambiaban miradas cómplices, mofándose de sus equivocaciones y su aprehensión para atender como se debe a un comensal.
Hoy todo era diferente para Don
Hamburguesas. Llamó mucho mi atención verlo fresco, plácido, a gusto en su
silla, usaba mandil pero no tomaba órdenes como la vez anterior, observaba la
operación del negocio… Me pregunté, ¿Por qué ya no estaba al frente del puesto?
¿Qué hacía sentado? ¿Descansaba acaso? No me contesté, solo pensé que
finalmente el equipo había entendido que necesitaban más de él dirigiendo y no
operando el negocio.
He declarado en ocasiones anteriores, “soy
romántico e idealista”, apliqué ese idealismo en el entorno de Don
Hamburguesas, donde él es el rey del changarro y gobierna, ni más, ni menos.
No
terminé mi gringa y pedí el resto para llevar, pagué, y disimuladamente lo
observé, su mirada era de paz y tranquilidad, le sonreí, di las buenas noches y
manejé a mi casa con su imagen en mi mente y la risa del niño en mis oídos. Don
Hamburguesas, no me atendió personalmente, solo sonrió… Igual que la vez anterior, y me gustó
más su blues de vida.
Esta historia urbana tiene una relación muy cercana con el video adjunto, Buddy Guy y BB King, dos grandes y viejos del blues, agradeciendo lo recibido a través de la vida.